¿Suficiente amor para cumplir su palabra?

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VI Domingo de Pascua, Año C: 5 Mayo 2013
Hch 15, 1-2.22-29; Sal 66; Ap 21, 10-14.22-23; Jn 14, 23-29

En el capítulo 4 del Evangelio según San Juan (4, 13-18), nuestro Señor Jesús está conversando con la mujer samaritana al lado del pozo. Habla de un agua que él puede dar: un agua viva tal que se convertirá dentro de uno en un manantial capaz de dar la vida eterna. La mujer dice: “Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed ni tenga que venir hasta aquí a sacarla.” Y entonces Jesús pide: “Ve a llamar a tu marido y vuelve”—aunque ya sabe, como dirá, que ella ha tenido cinco maridos y el de ahora no es su marido.

Entonces, en el capítulo 6 del mismo Evangelio, está hablando de un pan que él puede dar: el verdadero pan del cielo que da la vida al mundo. Y la gente responde: “Señor, danos siempre de ese pan.” Y entonces Jesús dice: “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed.” Pide de ellos una respuesta: que vengan a él, que crean en él.

Y en la lectura del Evangelio de hoy, en el capítulo 14 del mismo Evangelio, ofrece algo que todos nosotros deseamos: “La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo.” La queremos, ¿no? Y otra vez Jesús pide algo: “El que me ama, cumplirá mi palabra… el que no me ama no cumplirá mis palabras.”

¿Qué pasa aquí? Tres veces nuestro Señor ofrece un gran don; y tres veces nos pide algo: de la mujer samaritana, reconocimiento de su pecado; de la gente del capítulo 6, una respuesta de fe; de sus discípulos, una respuesta de obediencia. ¿Es un truco? ¿Es un gato por liebre? ¿O hay una conexión entre el don, y lo que recibirlo exige?

“El que me ama, cumplirá mi palabra.” Notamos que, muchas veces en los Evangelios, nuestro señor Jesús enfatiza esta conexión.

  • “Si me aman, guardarán mis mandamientos.” (Jn 14, 15)
  • “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama.” (Jn 14, 21)
  • “Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor.” (Jn 15, 10)
  • “Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando.” (Jn 15, 11)
  • “¿Por qué me llaman ‘Señor, Señor,’ y no hacen lo que yo digo?” (Lc 6, 46)

Parece que él sabe que es posible y fácil amarlo de una manera, sin obedecer sus mandamientos.

Piensen en ello. Todos ustedes que están aquí, delante de mí, aman a nuestro Señor Jesucristo, ¿no? Por eso, ustedes asisten a la Santa Misa, escuchan su palabra, se acercan a su sacrificio perfecto; sienten su presencia real, le presentan sus peticiones. Han lamentado su pasión y se han alegrado de su resurrección. Están aquí porque lo aman.

Pero, ¿cumplen su palabra? ¿Está usted incapaz de recibir la Sagrada Comunión por haber cometido un pecado mortal que todavía no ha confesado? Aún peor, ¿ha elegido y se ha comprometido a un estado de vida que es pecaminoso—que está en contra de su palabra, y públicamente así? O, de otra manera, ¿resiste usted su voluntad y rehúsa seguirla? Entonces, no cumple su palabra.

“El que me ama, cumplirá mi palabra… el que no me ama no cumplirá mis palabras.”

¿Por qué hacemos esto? ¿Por qué vivimos esta contradicción? Lo queremos a Jesús porque es bueno; porque es amable; porque es compasivo y generoso; porque es sabio y revela la verdad escondida; porque es libre y sin miedo; porque tiene el poder divino de sanar y alimentar y calmar y salvar; porque se dio a sí mismo por nosotros y entonces venció a la muerte y resucitó; porque es santo. Todo esto nos atrae a él, y lo queremos, y por eso aquí estamos.

Pero no cumplimos su palabra— ¿por qué? Porque, de verdad, no confiamos en él. O, mejor, podemos decir, porque no podemos dejar de tener miedo en el momento en que tenemos que decidir si estamos dispuestos a vivir realmente nuestra confianza en él—y, por lo tanto, nuestra acción es, una vez más, la desconfianza en él y la confianza en nosotros mismos, en nuestros planes, en nuestra fuerza, sobre los suyos. Porque no podemos ponernos a vivir realmente un confianza total en él—y, por lo tanto, vivimos la contradicción de amarlo pero no cumplir su palabra.

Nuestro Señor nos conoce. Y sabe bien que buscamos la felicidad, buscamos la bendición, buscamos la satisfacción y la realización. Pero sabe bien que, en este mundo del pecado original, nuestros deseos se vuelven retorcidos, nuestras conciencias equivocadas o amortiguadas. En búsqueda de la felicidad, podemos elegir el camino equivocado, y elegir lo que nos hace daño. En búsqueda de quién podemos confiar, en efecto podemos elegir a nosotros y no a nuestro Señor. Nuestro amor puede faltar de alcanzar la meta.

Y por lo tanto nuestro Señor viene a salvarnos, para darnos su paz. Él nos enseña la verdad moral que a veces no podemos ver, y nos da la gracia para vivir lo que no podemos hacer por nosotros mismos. Nos ofrece sus dones maravillosos, y nos pide que vaciemos las manos para poder recibirlos: que reconozcamos nuestro pecado, que lo confiemos en la fe, que cumplamos su palabra.

¿Está listo para dejar de confiar en sí mismo y confiar en él? ¿Está listo para dejar sus planes y seguir las suyas? ¿Está listo para decir, con la Virgen María, “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho”? (Lc 1, 37) ¿Está listo, en su amor, para cumplir su palabra?

El Señor Jesús concluyó el Sermón de la Montaña por decir:

El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica, se parece a un hombre prudente, que edificó su casa sobre roca. Vino la lluvia, bajaron las crecientes, se desataron los vientos y dieron contra aquella casa; pero no se cayó, porque estaba construida sobre roca. El que escuchas estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a un hombre imprudente, que edificó su casa sobre arena. (Mt 7, 24-26)

Él vino para que tengamos vida y para que la tengamos en abundancia (Jn 10, 10). El que le ama cumplirá su palabra, y él nos dará su paz.

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