¿Quién ama el cuerpo? ¿Quién desea la resurrección?

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Homilía en Novena de la Medalla Milagrosa, 8 Abril 2013
1 Cor 15, 12-20

¿Creemos en la inmortalidad del alma, o en la resurrección de la carne?

Podría parecer que edifico una pregunta con trampa en ponerla de esta manera, ya que la respuesta es: “Ambos.” Pero en realidad es una pregunta útil, porque nos recuerda que los dos conceptos no son exactamente iguales. Y es posible creer en uno sin el otro; o incluso hacer hincapié en uno hasta el punto de accidentalmente olvidar el otro.

Nos encontramos esta tarde en el tiempo de Pascua—estos 50 días del año en que celebramos la verdad sorprendente de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo en la carne.

Y, como suele suceder, hoy en día también se celebra la Anunciación—porque en este año el 25 de marzo cayó durante la Semana Santa, y así la celebración de esta solemnidad fue trasladada al primer día después de la octava de Pascua. Así estamos celebrando el día en que el arcángel Gabriel visitó a la Virgen María con un anuncio y una invitación, y ella dijo que sí, y en ese momento y ese lugar la Palabra se hizo carne. Dios Hijo, nacido del Padre antes de todos los siglos, asumió nuestra naturaleza humana, inclusive nuestro cuerpo humano: un cuerpo que nunca descartará, sino que en el domingo de Pascua fue resucitado y transformado, como el primer cuerpo de la Resurrección; en la cual nuestro Señor Jesús, las primicias de la Resurrección, traerá toda persona y todo el universo.

¿Cree la gente en la resurrección de la carne? ¿Desean la resurrección de la carne? ¿Aún les gusta la carne?

¡La cultura helenística o griega del siglo primero no deseó un cuerpo resucitado! Pensaron del cuerpo como una cárcel, y anhelaron el día en que el alma pudiera salir libre, libre del cuerpo para siempre. Por eso ellos querían que el alma sea inmortal; pero no querían un cuerpo resucitado, que les pareció inútil y detestable. Esta fue una de las razones por las cuales el Evangelio parecía a los griegos como locura.

Y creo que nuestra cultura americana actual tampoco quiere un cuerpo resucitado—porque tampoco les gusta el cuerpo. ¿Qué? ¿Cómo puede ser cierto? Nuestra cultura es obsesionada con el cuerpo, ¿no? Yo diría que nuestra cultura tiene una división entre dos concepciones del cuerpo. Mientras que un cuerpo es joven, fuerte, y hermoso, sí que está obsesionado con él: entonces promueve la ostentación y explotación de este cuerpo, si es suyo, por su propio orgullo y ganancia; entonces se promueve devorar a este cuerpo, si se trata de otra persona, para satisfacer sus propias pasiones y deseos. Pero una vez que el cuerpo ya no es joven, fuerte y hermoso—entonces quiere ocultarlo y empujarlo a un lado y librarse de él. Y, demasiado, quemarlo y dispersar la ceniza. Creo que nuestra cultura, en el fondo, no ama el cuerpo, y no quiere un cuerpo resucitado.

Pero Dios ama el cuerpo.

Dios ama el cuerpo tanto que nos hizo seres humanos a su Imagen y su Semejanza—las únicas criaturas en el universo que consistimos en un alma intelectual o racional y un cuerpo físico. Y el cuerpo es parte de esa Imagen de Dios: no que Dios, en la naturaleza divina, tiene un cuerpo, porque no lo tiene; sino porque, como el Papa Juan Pablo II nos ha ayudado a entender por su enseñanza sobre la Teología del Cuerpo, Dios ha escrito en nuestros cuerpos la capacidad de dar y recibir interpersonalmente y profundamente, y de unión, y de la creación de la vida, sobre todo en el matrimonio de marido y mujer, un matrimonio fiel y amoroso, para toda la vida—que al mejor puede presentar un tipo de imagen de la Santísima Trinidad.

Y Dios ama el cuerpo tanto que Dios Hijo asumió un cuerpo humano, como parte de la naturaleza humana; y entregó a ese cuerpo en su sacrificio perfecto al Padre por nuestra salvación; y resucitó ese cuerpo en el tercer día.

Y Dios ama el cuerpo tanto que una segunda persona humana ya ha recibido la plenitud del poder y vida de la resurrección: la Santísima Virgen María, cuando se asumió, cuerpo y alma, a los cielos.

Y Dios ama el cuerpo tanto que en el Último Día, cuando nuestro Señor Jesucristo regrese, él resucitará cada uno de nosotros a una nueva vida. Como San Pablo escribió a los corintios:

Os digo un misterio: No todos moriremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta, porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles y nosotros seremos transformados, pues es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción y que esto mortal se vista de inmortalidad. …entonces se cumplirá la palabra que está escrita: “Sorbida es la muerte en victoria”. ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? ¿Dónde, sepulcro, tu victoria? (1 Cor 15, 51-55)

Y de hecho esto será parte del cielo nuevo y la tierra nueva, ya que todo el universo será transformado, libre del pecado y de todas sus consecuencias, y no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas habrían pasado y todas las cosas hechas nuevas. (Ap 21, 1-5)

¡Dios ama al cuerpo!

¿Creemos en la inmortalidad del alma? Sí que lo creemos. Creemos que, en el momento de la muerte, nuestro cuerpo y alma se separan; nuestro cuerpo permanece aquí en la tierra, mientras que nuestra alma no deja de existir, sino que procede. Cada uno de nosotros recibe en ese momento nuestro juicio particular; e inmediatamente comenzamos a recibir lo que nuestras vidas han merecido: el castigo de la condenación, o la bienaventuranza del cielo, o una purificación final para hacernos listos para el cielo. Pero todo esto recibimos en nuestra alma separada, sin nuestros cuerpos.

Esto es todo lo que tradicionalmente se ha denominado los cuatro novísimos, las últimas cuatro cosas: muerte, juicio, cielo e infierno. Y es muy importante, pero no es el final. Porque nuestra alma separada está en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Así esperamos el día en que Cristo volverá y, como dice el Catecismo (997), Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús.

Entonces, de alguna manera, nuestra alegría y bendición serán mayores, por experimentar la bienaventuranza del cielo en nuestros cuerpos resucitados y transformados. Entonces lo veremos tal como él es (1 Jn 3, 2); entonces conoceremos plenamente, como hemos sido conocido (1 Cor 13, 12); entonces en nuestra carne veremos a Dios, nuestros ojos lo verán. (Job 19, 26-27)

“He aquí, yo vengo pronto, y mi recompensa está conmigo para recompensar a cada uno según sea su obra. Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin.” … El Espíritu y la Esposa dicen: “¡Ven!” El que oye, diga: “¡Ven!”… ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús! (Ap 22, 12-13.17.20)

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