Descubrir que Jesús es Dios, y que Dios es tres

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La Santísima Trinidad, Año C: 26 Mayo 2013
Pr 8, 22-31; Sal 8; Rom 5, 1-5; Jn 16, 12-15

Hoy celebramos la verdad de la Santísima Trinidad: la gran verdad de que el Dios que adoramos es un solo Dios en tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Que Dios es tres, de una manera, y es uno, de otra manera: que es tres personas divinas distintas, una naturaleza divina, una substancia divina.

Y sabemos que esta es una verdad distintivamente cristiana. Cada Misa comienza con las palabras: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.” Cada persona es bautizada con las palabras: “Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.” Recordamos esto a menudo cuando hacemos la señal de la cruz, y cuando bendecimos a nosotros mismos con agua bendita, y cuando concluimos nuestras oraciones: “Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo…”

Y es una verdad que otras religiones no saben. Budistas, hindúes, musulmanes; incluso los judíos, que los papas han llamado nuestros “hermanos mayores en la fe”; ninguno de estos saben la verdad de que Dios es una Trinidad de personas. Sólo los católicos y los ortodoxos y los protestantes la saben: es una verdad distintivamente cristiana.

Y ¿cómo la aprendemos? No sólo por pensar en Dios con la razón humana, porque nadie puede descubrir la verdad de la Trinidad de esa manera. En vez de esto, Dios nos dijo la verdad; nos la reveló. Y nos la reveló por los eventos que hemos experimentado: por la misión del Hijo; por la misión del Espíritu Santo.

A veces oigo que unas personas hablan de “Dios y Jesús.” Y esto no es un mal punto de partida. Sin duda, es el punto en que los discípulos de Jesús comenzaron: porque, como buenos judíos, creían en un solo Dios; y entonces vieron que este hombre Jesús estaba muy cerca de Dios, y que dijo verdades poderosas, y obró milagros grandes; y le siguieron, para estar con él y aprender de él. Y al hacerlo, oyeron que dijo palabras como las que hemos oído en la lectura del Evangelio de hoy, en que habló de “el Padre”, y de su relación, y de cómo “todo lo que tiene el Padre es mío.” Vieron cómo habló al Padre y cómo escuchó al Padre y como cumplió la voluntad del Padre.

Y aprendieron que Jesús no era un mero hombre, creado por Dios unos 30 años anteriormente, como somos nosotros. Aprendieron que Jesús no fue creado sino engendrado, como un hijo es engendrado por un padre; y no 30 años anteriormente, sino antes de todos los siglos. Aprendieron que no es verdaderamente “Dios y Jesús”, sino “Dios Padre y Dios Hijo”: que Jesús había sido una persona divina con la naturaleza divina, verdadero Dios, desde toda la eternidad; hasta que el Padre le había enviado en su misión para redimirnos, y entonces él asumió también nuestra naturaleza humana, para ser verdadero Dios y verdadero hombre.

Y cuando Cristo envió al Espíritu Santo, como prometió que lo haría, aprendieron que él también es Dios: que es la tercera persona de la Santísima Trinidad, Dios Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo. Y así se nos reveló la verdad de la Santísima Trinidad: tres personas divinas, una naturaleza divina, un solo Dios.

Y esta verdad se nos revela: para que podamos hablar de esta gran verdad con nuestros propios labios, como lo hacemos en el Credo; para que podamos conocer mejor a Dios con nuestras mentes y así amarlo mejor con nuestros corazones; pero también para que podamos vivirla.

Porque en el bautismo fuimos unidos a Jesús y recibimos la adopción divina. Él es el Hijo Unigénito del Padre; pero en el bautismo nos ha hecho hijos e hijas adoptivos del Padre. Y él quiere que vivamos esa filiación: conociendo y amando al Padre, hablando y escuchando al Padre, obedeciendo al Padre, y recibiendo todo del Padre, tal como él lo hace.

Y él nos ha dado su Espíritu Santo para morar en nuestros corazones, para ayudarnos a hacer precisamente eso: para abrazar esta verdad gloriosa y sobrenatural de la Santísima Trinidad, y así vivir una vida gloriosa y sobrenatural.

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