Entrar en la oración

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Una homilía dada en la Vísperas Cuaresmal de 15 Febrero 2013.

En empezar este Tiempo de la Cuaresma, nos enfocamos otra vez en las tres prácticas tradicionales, las tres formas de penitencia más insistidas por la Escritura y los Padres de la Iglesia: el ayuno, la limosna, y la oración. (CIC 1434) Hoy hablaré de la oración; y ustedes oirán de las otras dos prácticas en las Vísperas de las semanas siguientes.

Y, ¡qué maravilloso es hablar de la oración! La oración es una forma de la penitencia no por ser un castigo— ¡y espero que no les parezca como castigo!— sino por ser una forma de la conversión verdadera, de girar, no sólo del pecado sino hacia Dios: de acercarnos a él, de comunicar íntimamente con él, de hacernos más como nuestro Señor Jesús en su relación con Dios Padre. La oración realiza la transformación que nuestro Señor desea dentro de nosotros: es vivir las palabras de San Pablo, que escribió a los gálatas, “Ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí.” (Gal 2, 20)

En el nivel más básico, la oración es hablar con Dios. Y necesitamos reconocer que no es una conversación unilateral, como si miráramos que alguien hablara por teléfono, sin consciencia que hay otra persona en el otro extremo de la línea realizando el otro medio de la conversación.

De verdad, la parte de Dios en la oración es mucho más que una mera mitad de la conversación. La oración es su don. Como en todas las otras cosas, es nuestro Señor que ha actuado primero; es él que ha tomado el iniciativo y extendido la mano a nosotros; y cuando entramos en la oración, aceptamos y respondemos a su invitación. El Catecismo nos dice que, como Jesús encontrando a la samaritana en el pozo, es el primero en buscarnos y el que nos pide de beber… la oración… es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él. Aún la oración de petición, en la cual pedimos de Dios, es nuestra respuesta a la petición que él ya nos ha hecho, primero. (2560-61)

¿Responderá a la oración de Dios? Él está esperando, en todo momento, listo para entrar en esta comunicación, esta comunión, con usted. ¿Satisfacerá su sed?

Entramos en la oración no como desconocidos golpeando la puerta, ni aún como esclavos o servidores hablando a su maestro, sino como hijos amados hablando a nuestro Padre celestial amante. Porque esto es lo que somos, por nuestro bautismo en Cristo: no sólo creados en la imagen y semejanza de Dios, aunque eso es maravilloso; sino adoptados en la filiación de Cristo, como hijos e hijas adoptivas de Dios Padre. Por eso, tal como nuestro Señor Jesús, cuando tenía 12 años, dijo que necesitó estar en la casa de su Padre; tal como vemos en los Evangelios que, a menudo en sus años de ministerio público, se alejó sólo en la noche para pasar un rato con su Padre; así nosotros también, en la oración, entramos con fuerza en esa relación en la cual hemos sido traído.

Santa Teresita del Niño Jesús escribió: “Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de agradecimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría.” (2558) Nuestra oración debe ser, primero, un derramar sincero de nosotros—de nuestros seres verdaderos, de todo de nosotros—a nuestro Padre celestial. Deberíamos tener confianza en creer que él quiere conocer todo de nosotros: que, aunque en su omnisciencia ya sabe todo de nosotros, quiere oír todo eso de nuestros labios; nuestros sentimientos, nuestras experiencias, nuestros pensamientos, nuestras esperanzas y deseos, nuestros dolores y temores. El Catecismo nos dice que la oración necesita venir del corazón:

“la morada donde yo soy, o donde yo habito… donde yo ‘me adentro’… nuestro centro escondido… que sólo el Espíritu de Dios puede sondear y conocer… el lugar de la decisión… el lugar de la verdad… el lugar del encuentro… el lugar de la Alianza.” (2562-63)

La oración necesita venir del corazón, y ser recibido allí; necesita echar raíces allí y florecer y transformarnos allí.

¿Cómo oramos? ¿Qué son los tipos de oración? El Catecismo hace tres grupos grandes de las muchas formas de oración: la oración vocal, la meditación, y la oración de contemplación.

La oración vocal incluye la mayoría de lo que se llama oración con mayor frecuencia. La oración vocal consiste en hablar palabras a Dios: sean habladas en la mente o en voz alta; sean espontáneas o ya preparadas; en orar sólo o con otras personas. Por eso la liturgia—la Santa Misa, y la Liturgia de las Horas, inclusive estas Vísperas—es una forma de la oración vocal. Así también son el Padre Nuestro, que nos enseñó nuestro Señor Jesús; y el Dios te Salve María, sacado del texto de los Evangelios; el rosario; las muchas novenas y otras devociones; y la oración rápida y espontánea, susurrada o sólo pensada en un momento.

La oración vocal conviene a nuestra naturaleza creada, como seres humanos, consistiendo de cuerpo y alma: saca los sentimientos interiores y los expresa exteriormente, para que entremos en la oración y demos gloria a Dios con todo los que somos. (2702-03) Y es cierto que es la forma de la oración usada con el mayor facilidad por grupos de personas. Pero claro que necesitamos guardar que la oración vocal—sobre todo cuando consiste en hablar en voz alta oraciones ya preparadas—no sea una repetición mecánica y sin sentido. Como Santa Teresa de Jesús nos recuerda, ¡necesitamos tomar consciencia de Aquél a quien hablamos! (2704)

Y, ¿de qué le hablamos? Además de comunicarle el estado de nuestros corazones, hay mucho más que deberíamos decir:

  • Deberíamos adorarlo como nuestro Creador (2628) y alabarlo: dándolo gloria no por lo que hace, sino por lo que Él es. (2639)
  • Deberíamos pedirle perdón por nuestros pecados, como preparación para una oración justa y pura—y como preparación para traer esos pecados a la confesión sacramental. (2631)
  • Deberíamos presentarle nuestras peticiones, reconociendo nuestras necesidades como creaturas limitadas, orando primero por el Reino y entones por todas nuestras necesidades. (2629, 2632-33)
  • Deberíamos interceder por otros, presentando sus necesidades también a Dios. (2634-36)
  • Y deberíamos ofrecerle una acción de gracias—por todo en toda circunstancia, como escribe San Pablo. (2634-36)

¡Tenemos tanto para decir a nuestro Dios amante! No hay maravilla que la oración vocal es la primera categoría de la oración.

Y la meditación es la segunda. Deberíamos notar primero que, cuando hablamos de la meditación en la tradición espiritual cristiana, la palabra tiene una significancia muy diferente que lo que quieren decir muchos en nuestra sociedad. (Por lo menos, en inglés americano; no sé si es así también en español.) Por “meditación” no queremos decir el retardar o vaciar de la mente, o el hablar repetitivo de una mantra, un sonido sin significancia.

En lugar de esto, la meditación significa precisamente el pensar y reflexionar, para que podamos “comprender el porqué y el cómo de la vida cristiana para adherirse y responder a lo que el Señor pide.” (2705) Meditamos para que el Verbo de verdad eche raíces en nosotros y dé fruto: para que no seamos la tierra dura que la semilla no puede entrar, como en la parábola de nuestro Señor, ni la tierra de piedras en la cual las raíces no pueden penetrar profundamente, ni la tierra llena de espinos en la cual su vida es ahogado; sino que lleguemos a ser la tierra muy buena, que da una cosecha abundante. (2707)

Y así atendamos a lo que hemos recibido, lo meditamos: en la Escritura, especialmente los Evangelios; especialmente los misterios de la vida de Cristo; en los textos de la liturgia; en la enseñanza de la Iglesia, especialmente las obras de los Padres de la Iglesia; en obras espirituales y los iconos; aún en la creación y la historia. (2705, 2708) En todos estos meditamos, intentando entender lo que nuestro Señor nos ha revelado, de sí mismo y su voluntad y su plan para nosotros. Y por eso le preguntamos: “Señor, ¿qué quieres que haga?” Y dejamos que su respuesta agite el corazón, que haga intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción, y el deseo, a convertir nuestro corazón, y profundizar nuestra fe y fortalecer nuestra voluntad de seguir a Cristo. (2706, 2708)

La tercera categoría es la oración de contemplación. Si oración vocal trata de hablar palabras; si la meditación trata de pensar y entender; entonces la oración de contemplación trata de “estar con.” Trata del amor; trata de la comunión de persona a persona.

Santa Teresa de Ávila escribió: “No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama.” (2709) San Juan Vianney escribió de un campesino que a menudo pasó tiempo orando ante el tabernáculo, que habló de lo que hacía por decir: “Yo le miro y él me mira.”

La oración de la contemplación es mirada de fe, fijada en Jesús. (2715) Como la oración vocal, puede incluir palabras—pero estas palabras no son discursos sino, como dice el Catecismo, son como “ramillas que alimentan el fuego del amor.” (2717) Como la meditación, la oración de contemplación puede incluir pensar—pero nuestro foco en el meditar no es verdades ni textos ni experiencias sino en vez de esos “la mirada está centrada en el Señor.” (2709) Y la oración de contemplación puede ser la oración que podemos “orar sin cesar,” como escribió San Pablo a los tesalonicenses (1 Tes 5, 17). El Catecismo nos dice: “No se puede meditar en todo momento, pero sí se puede entrar siempre en contemplación, independientemente de las condiciones de salud, trabajo o afectividad.” (2710)

Por eso, aquí quizá satisfacemos sobre todo la sed de Dios de nosotros y nuestra sed de Dios. Aquí hacemos que caigan nuestras máscaras y volver nuestro corazón hacia el Señor que nos ama, para ponernos en sus manos como una ofrenda que hay que purificar y transformar. (2711) Aquí nos acercamos a él como el amado hijo de Dios que somos, como el pecador perdonado que somos, que hemos sido perdonados mucho y por eso amamos mucho. (2712)

Y en todo esto buscamos el apoyo de nuestra Madre, la Virgen María. Ella que es hija de Dios Padre y madre de Dios Hijo, y que fue únicamente cubierto por la sombra del Espíritu Santo: ella puede guiarnos suavemente hasta una relación viva con el Dios Trino, y aún decirnos qué son las palabras que le deberíamos hablar. Que nuestra oración parezca a la suya—con completa confianza, completa apertura, completa unidad con nuestro Señor. Con su ayuda, que una oración más rica y más profunda emerja como los frutos de esta Cuaresma.

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