Hipócritas hambrientos y Halloween

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XXX Domingo Ordinario, Año C: 27 Octubre 2013
Sir 35, 15-17; Sal 33; 2 Tim 4, 6-8.16-18; Lc 18, 9-14

En pocos días, este jueves por la noche, ¡las calles se llenarán de hipócritas! Un montón de pequeños hipócritas—y tal vez algunos más grandes también.

Puede parecer extraño llamarlos hipócritas, cuando esa no es la manera normal en la cual usamos la palabra. Pero no es incorrecta, cuando pensamos en como la palabra viene directamente del griego hypocritēs, que originalmente significó “actor de teatro.” Porque los actores se hicieron pasar por otra persona—usando ropa diferente, a veces hablando a través de una máscara—y de allí también tomó la palabra el sentido que utilizamos hoy en día.

¡Y todos los hipócritas vagando nuestras calles serán extrañamente hambrientos! Piratas hambrientos, princesas hambrientas, atletas famosos hambrientos—todos con hambre de caramelos. Pero algunos de los personajes también tendrán hambre en sí mismos, especialmente aquellas figuras que representan la muerte o alguna versión sombra de la vida: zombis hambrientos de sesos; vampiros sedientos de sangre; fantasmas y esqueletos de alguna manera deficientes y añorando la vida humana completa que habían tenido. ¡Hipócritas hambrientos, de verdad!

Por supuesto, normalmente hablamos de hipócritas como a la inversa: no de los niños vivos y sanos pasando por criaturas muertas; sino de las personas que adentro son moralmente malas o deficientes pero se ponen una apariencia externa de ser mucho mejores de lo que son.

¿Quién es el hipócrita en la historia que escuchamos de nuestro Señor Jesús en el Evangelio de hoy? Porque tenemos dos figuras:

  • El fariseo, por lo cual quizá alguien querría pasar, como héroe, ya que los fariseos eran personas que querían saber realmente la ley de Dios y vivirla en todos los sentidos; y
  • El publicano, por lo cual quizá alguien querría pasar, como villano. Porque esto era alguien que casi había traicionado a su pueblo, trabajando para recaudar impuestos para el Imperio Romano en su ocupación; ya menudo alguien que se enriquecía con el uso de su posición para sacar dinero para sí personalmente de sus compatriotas.

Pero descubrimos que es el fariseo que es el hipócrita de la historia. Esto es extraño, teniendo en cuenta que no está poniendo apariencia para otras personas, sino está hablando a Dios, a quién seguramente no espera de engañar. ¿En qué vemos la hipocresía?

  • Nos damos cuenta de que él dice que él no es uno de los “ladrones, injustos, adúlteros“—y no tenemos ninguna razón para pensar que está mintiendo. Y, por supuesto, es una buena cosa si no ama las cosas materiales en exceso, si es honesto en sus palabras y sus relaciones con los demás, si es fiel a su esposa. Todo eso es bueno.
  • Pero la hipocresía entra cuando dice que no es “como los demás hombres.” Porque ¡sí que él es como los demás hombres! Aunque no cae en esos pecados particulares, todavía profundamente participa en mucho con otros seres humanos.

Y aquí es donde entra su hipocresía Él está poniendo un frente falso no principalmente para los demás o para Dios; sino que se ha engañado a sí mismo.

En su humanidad, participa, con otros seres humanos, con nosotros, en tener un hambre profunda. Y ¿de qué tiene hambre? Bueno, podemos decir que:

  1. En primer lugar, tiene hambre de Dios. Como cada uno de nosotros, ha sido creado a Imagen y Semejanza de Dios. Ha sido creado con la capacidad de conocer y amar a Dios, que es maravilloso, superando a cualquier otra criatura corporal. Y, por ser hecho con esa capacidad, él también tiene esa necesidad—hasta que podamos hablar de “un vacío que tiene la forma de Dios” dentro de nosotros que sólo puede ser llenado con el Creador infinito y amoroso. Él tiene esta hambre infinita.
  2. También necesita limpieza y perdón. Porque, al igual que nosotros, heredó la naturaleza humana contaminada por la mancha del pecado original de Adán y Eva. Nació sin la armonía que debería haber tenido con Dios y con otras personas, y que nació con una inclinación al pecado personal que seguramente se había realizado muchas veces.
  3. Y él necesita crecer en bondad. Podemos decir, basado sólo en lo que Jesús dice en esta pequeña cuenta, que carece de compasión; y seguro que hay otras cosas que le falta en la bondad, el amor, la santidad, la generosidad. Seguramente necesita crecer y mejorar en muchos aspectos.

Pero ¿dónde podría mirar para llenar estas necesidades, para satisfacer estas hambres? Tal vez se podría pensar de nuevo la figura del esqueleto, sólo huesos, sin la vida humana plena. Y eso puede traer a la mente la famosa visión del profeta Ezequiel que se encuentra en el capítulo 37 de su libro (37:1-14). En esa visión, el Señor le muestra un valle lleno de huesos secos por ahí, y le pregunta: “Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos?” Y él dirige a Ezequiel que hable proféticamente a los huesos, para que los huesos se unan, y luego tendones y músculos, y, finalmente, el espíritu entre en ellos y de nuevo sean seres vivos. Y el Señor explica esta visión diciendo: “Abriré sus sepulcros y los haré subir de sus sepulcros… Pondré mi Espíritu en ustedes, y vivirán…

Este es el poder de dar la vida y de satisfacer el hambre que tiene el Señor. Y nos damos cuenta de que es el publicano que recibe el poder—como nuestro Señor Jesús dijo que él fue a su casa justificado, pero el fariseo no. Porque el publicano conocía su necesidad y lo admitió y se quedó con las manos abiertas, diciendo simplemente: “Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador“; mientras que el fariseo estaba convencido de que él no tenía ninguna necesidad, y por eso no estaba abierto para recibir el poder curativo que el Señor quería darle.

¿Cómo podemos recibir esta vida, este poder, del Señor? Ciertamente, en el sacramento del Bautismo, mediante el cual se une a personas a sí mismo y les lava hasta sean limpios y les da nueva vida. Pero esto ocurre sólo una vez. Y ¿después de eso? Luego hay el sacramento que trae a los muertos a la vida: la Confesión. Cuando entramos allí, tal vez hablamos las mismas palabras utilizadas por el publicano: “Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador.” Y dejamos que nuestras máscaras caigan, en este lugar más verdadero en la tierra: no actuamos como nuestra defensa abogado, como el fariseo hacía, sino más bien como el abogado acusador, acusando a nosotros mismos, con verdad, de los pecados que hemos cometido. Y recibimos, no la condenación, pero la misericordia y el perdón y la curación y la gracia que necesitamos para crecer y ser mejor en el futuro. Recibimos la mente de Cristo; recibimos la vida; recibimos su propio Cuerpo y Sangre.

Y así caminamos con los santos. Después de que los hipócritas vagan las calles el jueves, todos vamos a volver aquí el viernes para la Solemnidad de Todos los Santos, cuando vamos a recordar a todos los que dejaron sus máscaras y abrieron sus manos y recibieron la gracia de Cristo quiso darles, para que crecieran profundamente en él. En ellos vemos el hambre satisfecha; en ellos vemos lo que Cristo nos hará, cuando lo dejamos. ¡Seamos en su compañía!

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