Lázaro, el Hijo Pródigo, y usted

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XXVI Domingo Ordinario, Año C: 29 Septiembre 2013
Am 6, 1.4-7; Sal 145; 1 Tim 6, 11-16; Lc 16, 19-31

Hoy escuchamos de nuestro Señor Jesús, la parábola del hombre rico y Lázaro. Y hay algunos puntos en los cuales esta parábola se parece a una que oímos hace dos semanas. ¿Le dio cuenta de que Lázaro, yaciendo a la entrada de la casa del hombre rico, ansiaba llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico? Oímos esas mismas palabras acerca del Hijo Pródigo: que, después de que había gastado toda su herencia, y cayó en desgracia y tuvo que tomar un trabajo de alimentación de los cerdos, ansiaba llenarse de las bellotas que comían los cerdos. (Lc 15, 16) ¿Y se acuerda de la celebración que pasó en esa parábola, y cómo el padre hablaba de cómo había que celebrar? (Lc 15, 23.24.29.32) Esta es la misma palabra que describe lo que hacía el hombre rico de la parábola todos los días.

Pero aparte de estos puntos de contacto, estas parábolas resultan muy diferentes, ¿no? El Hijo Pródigo, desde ese punto de la desesperación, se dio cuenta de que podía volver a la casa de su padre; pero Lázaro, en esta parábola, no tiene a dónde ir, pero sólo se queda ahí, enfermo y hambriento. El Hijo Pródigo recibe una celebración hecha para él por su padre; Lázaro nunca llega a entrar en la celebración del rico que sucede todos los días.

Es curioso observar cómo el hombre rico no realmente ve a Lázaro. Oh, él sabe que está ahí; y ¡él sabe su nombre! Pero es como él fuera sólo una parte del paisaje; como fuera natural y correcto que Lázaro siempre sea enfermo y muerto de hambre, porque eso es… lo que Lázaro hace. Ni siquiera se le permitirá comer de las sobras que caían de su mesa. Y luego, en la vida futura, él todavía piensa que Lázaro debería actuar como un sirviente para él—cuando le pide a Abraham que le envíe a mojar en agua la punta de su dedo, o a llevar un mensaje a sus hermanos. Dentro de su vida terrenal, e incluso en la más allá, en esta parábola, el hombre rico no puede ver a Lázaro como una persona real y digna de su amor y compasión y respeto.

En la parábola del Hijo Pródigo, Jesús quiere que muchos de sus oyentes se identifiquen con el hijo mayor de la parábola: para darse cuenta de que no deberían resentir el amor y la compasión mostrados a los pecadores, y, cuando se salvan, no deberían rehusar a regocijarse, sino que deberían entrar en la celebración. En esta parábola, él quiere que nos identifiquemos con el hombre rico; y que nos demos cuenta de que, si nosotros nos mantenemos en rehusar a tener compasión y piedad para los que sufren, entonces habrá castigo—castigo eterno.

La persona en la Biblia que más habla acerca del infierno—es Jesús mismo. Y por eso su Iglesia lo sigue fielmente en enseñar la verdad de que el infierno existe y es eterna. Dios no quiere que nadie vaya al infierno; pero podemos optar por ir allí si rehusamos a amarlo libremente; si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos, y rehusamos a estar arrepentidos ni acoger su amor misericordioso. (CIC 1033-37)

Y esto es lo que hizo el hombre rico de la parábola. Parece que había rechazado lo que había aprendido de las Escrituras, de Moisés y los profetas. Y era complaciente, fijado en sí mismo, completamente absorto en su comodidad, sus riquezas, sus ropas de lujo, la comida y la bebida. Día tras día tuvo la oportunidad de ser traído fuera de sí mismo para ver a Lázaro, al lado de su puerta, para tener compasión de él, para tender la mano a él en el amor—para permitir que fuera tocado por el amor. Día tras día rehusó. Rehusó el amor; rehusó el arrepentimiento; eligió excluirse de la comunión con Dios y de los santos; eligió el infierno.

¡Pero no tiene que ser así! Jesús nos cuenta esta parábola para que no cometamos el mismo error como el hombre rico: para que podamos ver a los Lázaros en nuestras vidas; para que los veamos como personas; para que respondamos a ellos con amor y respeto.

¿Cuánto nos ama Jesús? ¿Cuánto quiere que nosotros compartamos la gloria celestial? Lo suficiente para enviar a un Lázaro, al estar presente en nuestras vidas, para atraernos hacia el amor—para movernos a conquistar la vida eterna.

Entonces, ¿quién es el Lázaro en su vida? Alguien que usted vea regularmente—tal vez todos los días. Alguien que sufre. Alguien que se toma por sentado; que parece casi como parte del paisaje. Podría ser alguien de su propia familia; un vecino; un compañero de trabajo; alguien que se sienta en la banca con usted. Tal vez necesita ayuda física de usted; tal vez es más personal, emocional, espiritual; tal vez es todo lo anterior.

¿Quién es el Lázaro en su vida? El Señor les ha reunido—para que ambos puedan tender la mano en amor y recibir el amor—para que puedan ser un poco más humano, y un poco más santo. Para que no se pierdan la gran celebración; ¡para que puedan conquistar la vida eterna!

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