Su fidelidad, nuestra fe, y nuestra fidelidad

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XIX Domingo Ordinario, Año C: 11 Agosto 2013
Sb 18, 6-9; Sal 32; Hb 11, 1-2.8-19; Lc 12, 32-48

En la segunda lectura, de la carta a los Hebreos, oímos de la fe, y de unos grandes ejemplos de las personas de la fe del Antiguo Testamento. Y en nuestra religión hablamos a menudo de la fe, ¿no?—y tanto más, durante este Año de la Fe, que se extenderá hasta los finales de noviembre. Sabemos que nuestro Señor Jesús habló muchas veces sobre la fe durante los años de su ministerio público: elogió a personas cuando encontró la fe; se decepcionó cuando no; animó a sus discípulos y a otros a tener más fe; y hablamos de las grandes cosas que la fe hace posible.

Sin embargo, sabemos que hay personas que nos rodean que dicen que la fe es contraria a la razón; que es contraria al conocimiento. Dicen que la fe significa creer lo que sabemos es falsa o incluso imposible. ¿Tienen razón? No, están equivocados sobre qué es la fe. Es importante que nosotros entendamos qué es la fe, y además cómo podemos crecer en la fe.

Porque la fe no es contraria a la razón. Sí que va más allá de la razón; va más allá de lo que nosotros mismos podemos conocer de forma normal y natural; pero no es contraria a ella.

¿Cómo funciona eso? Consideremos un ejemplo común. Aquí estamos en esta iglesia; y así podemos mirar alrededor de este salón, y ver lo que está pasando, y saber lo que está pasando en este salón. Pero eso es el límite de lo que podemos ver. Desde aquí, no podemos ver el sótano; porque está más allá de los límites de nuestras capacidades. Mientras permanecemos en esta sala, ¿cómo podemos saber lo que está sucediendo en el sótano? Bueno, podríamos enviar a alguien abajo para mirar y luego informarnos sobre lo que había visto. O podríamos usar un teléfono para llamar a alguien que está abajo en el sótano. De esta manera, podríamos alcanzar más allá de los límites de nuestra propia vista para saber qué está pasando en el sótano.

Pero, ¿se da cuenta de lo que es necesario en este caso? Tenemos que confiar en la persona que nos habla sobre el sótano: que puede observar bien, e informar bien; que no va a mentir a nosotros. Tenemos que tomar una decisión sobre si es digna de confianza; si es fiel. Porque, de manera ordinaria y humana, estamos poniendo nuestra fe en ella. Y eso nos sucede todos los días, ¿no?

Algo similar sucede cuando tenemos fe en Dios. Y así podemos enfocarnos en esta fe en tres pasos:

  • Y el primero no trata de nosotros mismos, sino de aquel en quien hemos puesto nuestra fe. ¿Es esta persona digna de confianza? ¿Es capaz? ¿Está seguro? ¿Es de buena voluntad? Porque, si no, toda la energía de nuestra fe es totalmente en vano: estamos a punto de dar un paso con gran energía en un agujero. Y así escuchamos en la segunda lectura que Abraham consideró fiel al que lo había prometido. O, de manera similar, San Pablo escribió a San Timoteo: “Yo sé en quién he creído, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel día.” (2 Tim 1:12) Nuestro Señor es todopoderoso. Él suple nuestras necesidades. Él nos guía y nos salva. Él es amoroso y realmente constante. Por lo tanto, él es fiel: y ese es el primer paso.
  • Segundo, su fidelidad nos conduce a nuestra fe en él. Aquí es donde creemos su palabra; confiamos en él; lo recibimos a él personalmente. Y vale la pena examinar a nosotros mismos a tener en cuenta: ¿es nuestra fe en Dios realmente tan fuerte como se merece, por su fidelidad? En los Evangelios vemos a menudo que ciertas personas ven los milagros de Jesús, y oyen sus palabras, pero todavía no pueden creer en él en los momentos necesarios. ¿Somos así? Si tenemos en cuenta su fidelidad, ¿tenemos que abrir nuestros corazones para hacer más completamente la decisión de creer, en fe?
  • Tercero, nuestra fe nos conduce a la acción. Esto es lo que hemos oído en la segunda lectura, cuando oímos de la disposición de Abraham a dejar a la familia y la tierra que conocía, con el fin de recibir la tierra que Dios le había prometido, pero que no conocía. Y hay muchos de esos actos maravillosos de héroes de la fe a lo largo de nuestra historia. Esto también es lo que Jesús pide en nuestra lectura del Evangelio: que nos mantengamos fieles, siguiendo sus instrucciones, velando y manteniéndonos listos para darle la bienvenida cuando venga.

Su fidelidad nos conduce a nuestra fe, que nos conduce a nuestra fidelidad. Y ¿quién sabe qué dones el Señor podría tener listos para nosotros— qué milagros, qué dones espirituales—para que podamos vivir esta vida de fe completa, cuando nos abrimos en la fe para recibirlos?

Entonces, ¿cómo podemos crecer en la fe hoy y esta semana? Sugiero tres pasos:

  • Primero, meditar sobre la fidelidad de Dios. Dedique un periodo de tiempo a pensar de nuevo en su propia vida y las vidas de aquellos que le rodean para recordar otra vez las maneras en que ha sido fiel a su palabra y le ha enseñado y guiado y guardado. Tal vez haga una lista de ellos para ver en el futuro.
  • Segundo, examine la respuesta a esta fidelidad. ¿Ha respondido con una fe tan grande como su fidelidad? ¿O le parece difícil confiar en él todo el tiempo? ¿Ha respondido con su propia fidelidad, en sus acciones? ¿O ha sido inconstante y ha pecado? Las deficiencias que encuentre, llévelas a la confesión sacramental para recibir su perdón—y su ayuda para hacerle a usted tan fiel como él.
  • Tercero, a menudo haga actos de fe: que quiere decir, hablar en voz alta o en su corazón palabras afirmando su fe en él. Si lo desea, puede utilizar los actos preparados de la fe que se encuentran en los libros de oración o en la Internet. Pero siempre es posible decir, en los momentos buenos y en los malos, en los momentos de alegría o de sufrimiento: “Dios mío, creo en ti, en la verdad que ha revelado, en su amor y bondad y fidelidad. Yo confío en ti.” Y deje que el credo que diremos en pocos minutos sea una respuesta sincera de la fe.

¡Recuerde las palabras nuestro Señor Jesús sobre cuán benditos son aquellos a los que considera fiel! Al igual que el hombre en la historia del Evangelio, roguemos al Señor: Señor, creemos; ¡ayuda a nuestra incredulidad! ¡Auméntanos la fe, auméntanos la fidelidad!

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