La Sagrada Familia y la tensión natural/sobrenatural

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La Sagrada Familia, Año C: 30 Diciembre 2012
Sir 3, 2-6.12-14; Sal 127; 1 Jn 3, 1-2.21-24; Lc 2, 41-52

Hace seis días, celebramos la Natividad de nuestro Señor. Y así recordamos, con amor y gratitud y maravilla, que hace 2000 años, Dios Hijo se encarnó en el vientre de la Virgen y nació en Belén. Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, nacido del Padre antes de todos los siglos: asumió nuestra naturaleza humana y nació, uno con nosotros.

Y no entró como un hombre adulto, para empezar inmediatamente su años de ministerio público; empezó como un bebé—aún como un embrión, y entonces un feto, un bebé recién nacido, un niño, y un joven—continuamente creciendo en saber, en estatura y en el favor de Dios y de los hombres.

De toda eternidad había existido en el seno de la Santísima Trinidad, un tipo de familia de comunión perfecta; engendrado del Padre, con el Espíritu Santo procediendo de ambos. Y, enviado desde esa familia en la misión de su Encarnación, entró en otra familia—en la familia de sí y María y José, que llamamos la Sagrada Familia. Porque aquí, en la familia humana, vemos un tipo de imagen de la vida de la Trinidad—de un amor interpersonal perfecto y eterno, cada uno dando al otro y recibiendo de él. Qué apropiado que el Hijo de Dios entrara así en nuestra vida humana; y qué apropiado que celebramos la Fiesta de la Sagrada Familia en el Domingo de la Octava de Navidad.

Todos los años en el ciclo de tres años del leccionario, recibimos otra vista de la vida de la Sagrada Familia—una vida que es muy silenciosa y escondida. Y en la lectura del Evangelio de este año—que nos relata el Niño Jesús perdido y hallado en el Templo—podemos ver la tensión que existía a veces en medio de la Sagrada Familia, cuando luchaban con le realidad que tenían dos aspectos a la vez: que eran natural y también sobrenatural. Y, ¿cómo podrían coexistir y funcionar esos dos aspectos?

Por una parte, eran una familia natural y humana: una familia fundada en el matrimonio permanente de un hombre y una mujer, para formar una comunidad de padre y madre e sus hijos (CIC 2207); una comunidad instituida por Dios que tiene derechos y responsabilidades para sus miembros, uno a otro, y de la familia al resto de la sociedad (2203).

Como los hijos de otras familias, nuestro Señor les debía a sus padres la obediencia mientras que viviera con ellos como un menor de edad (2216-17)—y oímos que se lo dio fielmente); el respeto y la gratitud durante todas su vidas; y atención y apoyo cuando fueran necesitados (2215, 2218, 2220); todo lo que oímos como mandatos en la primera lectura, del Libro del Eclesiástico.

Y la Virgen y San José le debían como padres crear un hogar caracterizado por amor, respeto, fidelidad, y servicio mutuo (2223); proveer lo que necesitaba físicamente y espiritualmente (2228); y educarlo, inclusive formarlo en los virtudes personales y en la fe (2223, 2226, 2229).

Ellos crecían en conocerlos, unos a otros, como personas individuales y únicas. Cooperaban en proyectos físicos. Compartían toda la vida—inclusive los momentos dulces y los duros. Eran una familia natural. Y vemos todo esto en la historia de que lo trajeron a Jerusalén para las festividades de la Pascua, e intentaron guardarlo y cuidarlo, y conversaron sobre todo lo que pasó, para entender y enseñar.

Pero vemos también que su vida fue complicada por la verdad que no eran una familia meramente natural. Aunque Jesús y San José vivían, día tras día, la relación de hijo y padre, de verdad no era su hijo; era el Hijo de Dios. Y esa verdad influyó su identidad, su llamada, sus deberes, y su misión. En esta situación en Jerusalén, vemos que provocó su acción de no regresar a Galilea en la caravana de la manera normal, sino de permanecer en el Templo, hablando con los doctores. Y explicó: “¿No sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?”

Y notamos que este incidente no era del pecado—ni del niño divino, ni de la Virgen sin pecado, ni del Santo José. Pero la tensión entre el aspecto natural y el aspecto sobrenatural de su familia causó confusión y ansiedad que tuvieron que resolver.

Entonces, ¡qué alivio que las familias nuestras aquí no tienen tal tensión natural/sobrenatural! ¡Qué suerte que no tenemos en nuestras familias a hijos de Dios!

O—¿sí que hay esa tensión? De verdad: si unos miembros de tu familia son bautizados, ¡sí que hay una tensión natural/sobrenatural en ella!

  • Porque, en esta pila del bautismo (o una semejante) en tu bautismo fuiste unido a Cristo y adoptado en su filiación, como un hijo adoptado de Dios Padre. Y desde ese momento esta realidad ha afectado tu identidad, tu llamada, tus deberes, y tu misión. Se estableció una comunión entre ti y Dios Padre que tus padres tuvieron el deber de ayudar y apoyar—y no suplantar.
  • Y, si ahora tú eres padre, cuando trajiste a tus hijos a la pila del bautismo, el hijo que recibiste otra vez en tus brazos no era meramente el hijo tuyo en la significación natural; sino, sobre todo, el hijo adoptado de Dios en el sentido sobrenatural. Y esa relación—esa identidad, esa llamada, esa misión—es algo que debes cultivar.

Por eso, la familia cristiana no es meramente padres e hijos naturales, aunque es eso. Es una comunidad de discípulos de nuestro Señor Jesucristo, todos intentando juntos a seguirlo y crecer en él. Son hermanos en el Señor—mayores y menores, claro—pero todos juntos resolviendo la tensión natural/sobrenatural mientras que intentan a seguirlo y no estar conformados al mundo o a cualquier cultura que, muchas veces, se equivoca.

Que nuestras familias, como la Sagrada Familia de Nazaret, sean de verdad una escuela del más rico humanismo y la primera escuela de vida cristiana. Que sean ejemplos vivos de la “Ecclesia doméstica,” y faros de una fe viva e irradiadora. Que todos, padres e hijos, aprendan mejor la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y sobre todo el culto divino por medio de la oración y la ofrenda de la propia vida. (1656-57) Que nuestras familias sean abrazadas por el amor de la Sagrada Familia y guiadas por ella, hasta llegar juntos en el Reino del Cielo.

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