¡Cuánto exige Cristo!—para librarnos y darnos la vida verdadera

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VIII Domingo Ordinario, Año A: 27 Febrero 2011
Isa 49, 14-15; Sal 61; 1 Cor 4, 1-5; Mat 6, 24-34

Es verdad, ¿no?, que a veces unas personas dicen que Dios, y que su Iglesia, exigen demasiado de nosotros seres humanos. Exigen el amor, y que rechacemos la venganza. Exigen la castidad; que nos mantenemos puros y honremos el matrimonio. Exigen la generosidad; que ayudemos a los necesitados y apoyemos a la Iglesia. Aún exigen que honremos el sábado, el día séptimo, que es el Domingo, el día del Señor. Que tenemos obligación de participar en la misa y que nos abstenemos de entregarnos a trabajos o actividades que impidan el culto debida a Dios… y el descanso necesario del espíritu y del cuerpo. [CIC 2180, 2185]

¡Cuánto exigen! Es como un amo que exige tanto de sus empleados o esclavos: esto y esto y esto. ¿No queremos ser libres? ¿No queremos satisfacer nuestros deseos, nuestros apetitos, y ganar los placeres, y cumplir nuestras ambiciones? Y Uds. saben bien que hay muchos católicos que no están juntos con nosotros en la misa esta noche, y que no andan en el camino del bien que enseña la Iglesia. ¿Son libres? ¿Son felices?

Quizá ellos piensan que sí. Pero podemos ver que una vida devotada al perseguir el placer o la riqueza o la aprobación del mundo también es una vida de servir—de servir a estos dioses, a estos amos. Porque la verdad es que nosotros humanos somos hechos para servir a alguno amo; y, si no servimos a Dios, serviremos a otro. Serviremos a alguien o algo que funciona como un dios en nuestras vidas, y de lo cual nuestras vidas reciben su forma y su dirección.

La libertad nunca es absoluta. Somos libres de algo, para algo. Somos libres de un tipo de vínculo, para poder servir más libremente y fácilmente a otro amo. Y la pregunta siempre es: ¿libres de qué, para qué? ¿Libres de quién, para quién?

Ahora mismo todos nosotros estamos juntos en la misa. Y quizá tendrás la oportunidad un día de preguntar a alguien que no asiste la misa: ¿dónde es la libertad verdadera: en servir el trabajo todos los domingos; o en entrar en la obra del culto divino? ¿Dónde es la nobleza y la dignidad humana: en mirar la televisión; o en conocer al Creador del universo? Aquí recibimos el don más precioso; aquí alcancemos un nivel más alto. Aquí estamos alimentados; aquí estamos satisfechos; aquí estamos liberados.

Uds. lo saben. Hay muchos que necesitan oír la buena nueva de ti.

Pero a nosotros nuestro Señor Jesucristo tiene un aviso—y una invitación.

El aviso es que quizá tratamos de servir a dos amos. Quizá queremos servir a Dios, y amarlo, y seguir sus mandamientos, y oír su enseñanza y creerla. Y todo esto es muy bien. Pero es posible que también sirvamos a otro—a las necesidades materiales; o a alguien cuya aprobación deseamos (como dice San Pablo en la segunda lectura); o a nuestra soberbia, el plan nuestro que deseamos cumplir; o a cualquier otro amo fuera de la plena voluntad de Dios.

Y nuestro Señor nos dice: Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y amará al otro, o bien obedecerá al primero y no le hará caso al segundo.

Santa Teresa de Jesús, esa gran santa y mística, escribió que en muchos de sus años primeros en el convento, ella intentó servir a dos amos; y fuera miserable, hasta el punto de dejar al otro. Si una monja tan santa lo sufrió, ¿qué de nosotros que vivimos en el mundo? Jesús nos dice: Nadie puede servir a dos amos … no pueden ustedes servir a Dios y al dinero.

Pero, después de ese aviso, tiene una invitación. Es posible dejar al otro amo. Es posible buscar primero el Reino de Dios y su justicia. Es posible recibir la paz de corazón que Jesucristo nos quiere dar.

Cuando buscamos el Reino de Dios primero—y no sólo como un parte, segundo o tercero o cuarto, sino primero—escuchamos la voz de Dios y no sólo nuestra propia voz o la voz del mundo. Buscamos la aprobación de Dios y no del mundo. No es que cesamos de trabajar en el mundo, o de proveer para nuestras familias, o de ser sabios y prudentes; sino que permitimos que su verdad nos enseñe qué es la vida humana buena, y qué es la seguridad verdadera que necesitamos; y que permitimos que sus mandamientos nos guíen en dirigir nuestros pasos en el camino recto para nosotros, con sus límites y su dirección.

Si nos entreguemos completamente a la voluntad de Dios, con confianza, él nos dará todo lo que necesitamos. No todo lo que el mundo nos dice que necesitamos—sino todo lo que Dios sabe que verdaderamente necesitamos, para hacernos santos y guiarnos seguramente a las bendiciones del cielo.

No se preocupen por el día de mañana, porque el día de mañana traerá ya sus propias preocupaciones. … Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se les darán por añadidura.

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